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DESDE EL TIMÓN: CORRER PARA GANAR EL PREMIO ETERNO

Foto: Especial

Este domingo concluyen las Olimpiadas de París. Un acontecimiento deportivo que acaparado durante dos semanas las miradas de todo el mundo y donde hemos conocido historias formidables de atletas que se han sobrepuesto a grandes adversidades para llegar a esa competencia.


Se han roto récords y se han impuesto nuevas marcas en diferentes disciplinas deportivas; han surgido nuevas estrellas en los deportes, hasta ahora desconocidas; se vieron grandes decepciones de extraordinarios atletas que fallaron en el momento importante.


De alguna forma también, pudimos ver las profundas desigualdades que hay en el mundo entre los países, aquéllos que poseen todos los recursos para apoyar a sus competidores con programas deportivos inmejorables y, otros, que, a penas subsisten remediando aún sus necesidades básicas. Todo esto, reflejado en el cuadro de medallas.


A lo largo de estos días hemos podido conocer la dedicación y los grandes esfuerzos que un atleta tiene que realizar para llegar a esta cita alguna vez en su vida. Su preparación física y mental, su disciplina diaria, sus grandes privaciones y la frustración de sus lesiones. Toda una vida de sacrificio para conseguir una medalla o un reconocimiento. Un premio que no dura y que en algunas ocasiones hay que venderlo para sobrevivir, por ejemplo, el del doble campeón olímpico, el boxeador cubano Mario Kindelán, que ha tenido que vender sus medallas para mantener a su familia y sobrevivir.


San Pablo, quién seguramente conocía aquellas competencias de la antigüedad, señala: “¿No saben que en las carreras del estadio todos corren, mas uno solo recibe el premio? ¡Corran de manera que lo consigan! Los atletas se privan de todo; y eso ¡por una corona corruptible!; nosotros, en cambio, por una incorruptible” (1 Cor 9, 24-25). El apóstol nos invita a realizar la carrera de nuestra salvación con entusiasmo, esfuerzo y dedicación, porque los atletas corren por un premio pasajero y humano, pero nosotros, no estamos luchando por una medalla que nos llene de satisfacción y orgullo personal, y que, pasados ya algunos años se desvalore, sino por una condecoración y un reconocimiento por parte de Dios, por una corona que no se marchita y que es la vida eterna.


Obispo de la Diócesis de Tampico
Mons. José Armando Álvarez Cano. Obispo de Tampico


















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