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Foto del escritorMónica Hernández de Morales

El Sagrado Corazón de Jesús: gratitud a Dios por el lienzo de mi familia.

Bien dicen que en los viajes se conoce realmente a las personas, y yo vuelvo a comprobar los grandes tesoros que tengo en casa. En mi última visita a París, antes de casarme, me detuve en una calle de Montmartre y pensaba: “¿Cómo era posible que alguien viviera triste aquí?”. Figuras como Van Gogh, Degas, Toulouse-Lautrec y Picasso convivieron con sentimientos depresivos. ¿Cómo era posible? En mi mente no cabía esa idea, porque allí, la inspiración parecía brotar en cada esquina, en cada bar, en cada canción. ¡Gente de todo el mundo! Eso me fascinaba.


Yo, entonces, veía mi vida como monótona, una existencia donde se nace y se muere como una copia típica tampiqueña. Hoy, muchos años después, volví a París. Y justo como dije la última vez que estuve aquí: “Voy a regresar con mi amor”. ¡Y así fue!. Esta vez, París nos recibió con lluvia y frío. Sin embargo, ni eso apagó nuestro ánimo. Al ver a mis dos hijos fijar sus ojos en el “Sagrado Corazón” de la Basílica del Sacré Coeur mientras subíamos la calle, me emocioné. No se quejaron; subimos por el teleférico, y yo amé ver sus miradas, como si coleccionaran momentos para grabarlos en su memoria sin parpadear.


Mientras caminábamos, recordé ese sentimiento bohemio de mi juventud, la ilusión de una vida diferente. Pero en una banqueta angosta, agarrada de la mano de mi pequeño, con mi hija adolescente adelante y mi esposo detrás, me reí para mis adentros y no dejé de dar gracias a Dios. Sus tiempos organizan y acomodan todo. No regresé sola, volví con mis grandes amores. Ese momento lo titulé “mi lienzo”: un cuadro que aún no termina, que lleva mis mejores colores, mis más grandes motivos y alguna que otra tristeza. Pero jamás desearía volver a Montmartre sin ellos.


Entre empujones de hermanos, con los típicos “¡Mamá, me está molestando!” o “¡Mamá, tengo hambre!”, no puedo dudar de lo que Dios me ha dado en su tiempo perfecto.

Cerramos la visita a París con el Sagrado Corazón: un guardia regañándome por tomar fotos en misa, un sacerdote celebrando en francés, mi esposo a un lado y mis hijos conmigo. Estas son las cosas que jamás soñé en mi juventud, pero que hoy colorean mi vida. Momentos que no tienen precio. Viajando se conoce a la gente, y yo me conozco un poco más… ¡y me río tanto de mí misma!

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