FORTALECIENDO EL ALMA: FE Y ESPERANZA EN TIEMPOS DE DIFICULTAD
- Mónica Sofía Ulin Trujillo
- hace 6 días
- 2 Min. de lectura

En algunos momentos de la vida, las personas se encuentran cara a cara con su fragilidad. La enfermedad, como parte inevitable de la vida, nos recuerda lo vulnerables que somos (Salvifici Doloris 29). Es entonces cuando, más que nunca, la familia se convierte en el refugio de amor, de consuelo, de esperanza. Un refugio donde la fe se convierte en la fuerza que sostiene, y donde el dolor compartido alivia el alma (Familiaris Consortio 21).
Cuando uno de los miembros de la familia se ve afectado por la enfermedad, el mundo parece detenerse. La dinámica familiar cambia, y todo se centra en esa persona que necesita más que nunca, cuidado, cariño y contención (Gálatas 6,2). El amor, la compasión, la dignidad humana se convierten en las bases sobre las que se reconstruye cada día. La enfermedad, el sufrimiento, se viven en comunidad. No hay separación entre el dolor del enfermo y el de quienes lo cuidan; todos son movidos por la misma fragilidad.
Es allí, en ese encuentro con la vulnerabilidad, donde los seres humanos se reconocen como lo que son: débiles, necesitados del amor de Dios, buscando en Él la fortaleza para resistir (Mt. 11, 28). La familia, en su rol de acompañante, debe ser una luz de fe y esperanza. El ser humano es un ser complejo y divino, que necesita más que solo cuidados físicos. La enfermedad no solo duele en el cuerpo, sino también en el alma. Dolor, desesperanza, el sentimiento de pérdida también forma parte del sufrimiento. El enfermo necesita algo más que medicina; necesita que su corazón, su espíritu, sean tratados con la misma importancia que su cuerpo. La familia, con su amor , debe ser esa terapia emocional que ayude a reconfortar el alma y a recordar que incluso en medio del sufrimiento no está solo.
Estas situaciones son duras, agotadoras, y en ocasiones parecen interminables. La monotonía del cuidado, el cansancio físico y emocional pueden llegar a parecer que son más grandes que nosotros. Pero es en esos momentos, cuando todo parece oscuro, cuando la familia recuerda el amor más grande de todos: el amor de Jesús. Un amor que no tiene fin, que es eterno, que no se mide en momentos de confort, sino en momentos de sacrificio y dolor.
Un amor que no abandona, que no pide nada a cambio, que se entrega sin reservas. En esos momentos de desolación, cuando todo parece derrumbarse, es cuando los miembros de la familia son llamados a imitar ese amor; Cada vez que nos encontramos con un ser humano en el amor, quedamos capacitados para descubrir algo nuevo de Dios. Cada vez que se nos abren los ojos para reconocer al otro, se nos ilumina más la fe para reconocer a Dios (Evangelii Gaudium 272). Amar como Jesús amó, servir como Él sirvió, sin pedir nada a cambio, confiando en que ese amor es lo que nos dará la fuerza para seguir adelante. Así como Él cargó su cruz, los cuidadores y todos los miembros de la familia deben ser valientes ,seguir su ejemplo, siendo fuentes de esperanza, paciencia y amor inquebrantable
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