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LA ESPERANZA QUE SURGE EN EL CAMINO DEL DOLOR



La adversidad llega sin advertencia, sin distinguir edad ni condición social, y puede manifestarse de diversas maneras: un accidente, un dolor inesperado o durante las actividades diarias. Cuando la salud se ve comprometida, inicia un camino desafiante.


Lo primero que llega es la incertidumbre: ¿Qué sucede en el cuerpo? ¿Es algo temporal o grave? La búsqueda de respuestas lleva a consultas y diagnósticos, a veces esperanzadores, a veces devastadores. Si hay cura, el enfermo se aferra al tratamiento; si no, la noticia es dura: la enfermedad es irreversible y podría perdurar o incluso llevar a la muerte.


Más allá del dolor físico, la enfermedad afecta el ánimo. La angustia se convierte en una constante, y la incertidumbre puede sumir en la desesperanza. En estos momentos, el acompañamiento es esencial. El apoyo de amigos, buenos consejos y una atención médica adecuada alivia el sufrimiento. La soledad, en cambio, lo hace más pesado.

El apoyo emocional y espiritual es tan importante como el tratamiento médico. Sufrir acompañado de quienes nos aman alivia de una manera que ningún medicamento puede. La empatía y el cuidado sincero son refugios en medio de la tormenta.


Por ello, la primera de las obras de misericordia corporales es “visitar y cuidar a los enfermos”. Quien está sano ofrece su tiempo, cercanía y palabras a quienes sufren. Jesucristo nos dejó este ejemplo: acogió y sanó a los enfermos, y nos recordó que quien visita a un enfermo, lo visita a Él (cf. Mt 25,31-46). Los bautizados estamos llamados a ser prójimos de los enfermos, y el domingo es un día propicio para dedicárselo a ellos (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2186).


Actuar como el buen samaritano (cf. Lc 10,28-37) es vivir el amor y servicio de Cristo. Visitar a un enfermo es ver con los ojos de Cristo (cf. Benedicto XVI, “Deus caritas est” n. 18) y seguir al Maestro que vino a sanar con ternura. Aprovechemos este tiempo de cuaresma, un tiempo de conversión y reflexión, para poner en práctica esta obra de misericordia con nuestros hermanos enfermos. Mirar a los demás «con los ojos de Cristo»


 

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