Durante el mes de octubre se estará realizando en Roma la segunda parte del Sínodo convocado por el Papa Francisco sobre el tema de la “Sinodalidad”. Desde hace tres años se han realizado múltiples trabajos y experiencias de escucha en las diócesis de todo el mundo para dialogar sobre una pregunta que es fundamental en este momento de la historia: ¿Cómo ser una iglesia sinodal en Misión?
En el fondo esta palabra “sinodal”, se asocia a la idea de caminar junto a Cristo en la misma dirección que nos marca el evangelio y al deseo de una Iglesia más cercana a las personas, que exista un ambiente de escucha, menos burocrática, de una mayor participación del pueblo de Dios en la evangelización y en la toma de decisiones dentro de la iglesia, de relaciones más profundas entre todos los miembros, que realmente sea hogar y familia de Dios. Porque el resultado de este sínodo no quiere ser un documento más, sino que de ahí surja una nueva forma de ser iglesia que responda a esta nueva realidad del mundo de hoy.
Los trabajos realizados como preparación para esta segunda parte del sínodo han destacado aspectos muy importantes: primero se habla de que es en las relaciones, con Cristo, con los demás, en la comunidad, que se transmite la fe y, dónde es necesario que todos pongamos nuestros carismas y dones al servicio de la misión; otro elemento señala los caminos que deben seguirse, destacando la formación cristiana como elemento muy importante, distintas formas de participación en la toma de decisiones dentro de la iglesia, la transparencia, para rendir cuentas de las responsabilidades recibidas y un proceso de evaluación constante.
Señala el documento previo a la celebración de este sínodo que “la Iglesia quiere convertirse en un lugar donde se respire y se viva la visión de Isaías, para ser «fortaleza para el débil, fortaleza para el pobre en su aflicción, refugio en la tempestad, sombra contra el calor» (Is 25,4). Cuando los miembros de la Iglesia se dejan guiar por el Espíritu del Señor hacia horizontes que antes no habían vislumbrado, experimentan una alegría inconmensurable. En su belleza, humildad y sencillez, ésta es la conversión permanente del estilo de la Iglesia que el proceso sinodal nos invita a emprender”.
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